viernes, 25 de octubre de 2013

Hurras al hurrero

El 19 de octubre pasado dije en una nota del diario Última Hora que no se debería apoyar el arte (en cualquier disciplina) sólo por ser nacional sino que, como público, debíamos exigir un producto de calidad al artista.
Me aseguré en dicha nota que se entendiera que me refería al apoyo del público, no al institucional.
Dije también que un músico que sube al escenario sin ser lo suficientemente competente, le está faltando el respeto no sólo al público, sino a la música misma.





Sin negar que mis puntos de vista son parciales como los de cualquiera, me asombró la avalancha de respuestas que la nota generó, trepando en el Top Ten del diario al número dos en un día, propulsada por un titular que nubló el buen juicio de más de un lector.

Lo más gracioso es que la nota terminó haciendo a un montón de lectores vomitar sus propias miserias: la gente empezó a atacar géneros populares, a ciertos músicos o grupos y a comparar lo que ellos consumen con la porquería que consumen los demás.

Me gustaría en este post compartir mis posiciones de qué es un "músico competente", y qué considero como "producto de calidad" en el arte.

La nota en UH contiene una frase que resonó fuertemente en el público, para bien y para mal. Dicha frase hablaba del "rock nacional".
Confieso que descubrí a través de la nota diversas sensibilidades que desconocía en el rockero promedio... Y las cuales se sintieron profundamente ofendidas.

                                       

Sin embargo, la entrevista es clara al establecer mi punto de vista: No por ser nacional tenemos por qué apoyarlo. Y eso se aplica al rock como a cualquier otro estilo musical, al cine, el teatro, el fútbol, la gastronomía o lo que sea.

¿Significa "calidad" que el producto debe ser algo complejo? Por supuesto que no. No sólo "La Consagración de la Primavera", de Stravinsky o el "Quatour Pour la Fin du Temps", de Messiaen son obras de calidad. La complejidad de dichas obras no las hace mejores, necesariamente, sino que es un vehículo para expresar sentimientos complejos en sí.
Alguien dijo una vez que si los músicos pudieran expresar lo que sienten con palabras no se molestarían en hacer música. Quien haya sido, creo que tenía razón.
Tal vez por eso, por la gran expresión de la que es capaz la voz humana, sumada al lenguaje, la música cantada suele ser más sencilla que la instrumental, sin ser por esto de menor calidad.

¿A quién se le ocurriría poner en duda la calidad de "Blowin' in the Wind" de Bob Dylan, de la versión de "Alfonsina y el mar" de la Negra Sosa, de "Satisfaction" de los Stones o de "Ojalá que llueva Café" de Juan Luis Guerra?
Pueden gustarte o no, pero la calidad de las obras es indiscutible y, si fuera a discutirse, no sería en base a cuántos acordes usó el compositor o el uso del pretérito pluscuamperfecto del autor, sino en la capacidad de dichas obras de transmitir emociones.




Pero cuando un artista sube al escenario a balbucear una obra a medio masticar, que compositivamente no termina de cerrar y que aún él mismo no aprendió correctamente, el mensaje que quiere transmitir simplemente no llega, y juzgar la calidad del producto se hace no sólo más fácil, sino extremadamente necesario.

El músico no es incompetente por no ser capaz de recitar los modos de la escala menor melódica de Do sostenido de memoria, aunque no veo razón para que no pudiera hacerlo.
El músico ni siquiera es incompetente por subir a cantar desafinado, como han hecho Dylan, Lennon, Charly y tantos otros.
A mi entender, el músico es incompetente cuando considera que alcanza con subirse al escenario para considerarse músico, y que la gente tiene que aplaudirle la valentía de estar ahí, arriba de las tablas, poniéndole garra a algo que no sabe hacer.



Hace 20 años se armó un moviminento que intentó por vez primera recuperar la Asociación de Músicos del Paraguay. Gran parte del movimiento rockero se juntó allí.
En una reunión dije que los músicos deberíamos tener un cachet básico que pagara todo el esfuerzo que se hacía abajo del escenario, que las horas de estudio diario deberían pagarse de algún modo en ese cachet al tocar. Entonces escuché una carcajada generalizada. La palabra "estudio" hizo reir a la comunidad rockera de la época.
Hoy, de esas varias decenas de músicos presentes aquella noche, puedo contar los que siguen haciendo música con los dedos de una mano. Su propia risa fue un autosabotaje a su carrera artística.

Y eso mismo creo que es el hurrero. El hurrero no ayuda. Es como la claque que ríe en los programas televisivos: no hace el chiste mejor. Sólo lo hace más ruidoso.